No advierto las cosas más de una vez.
Ya hablé.
No lo voy a repetir.
Mi silencio comunica.
El tuyo también.
Las paredes se me acercan.
Y me vuelvo una fiera enjaulada.
No te engañes.
Esta actitud pasiva que ves en mí es sólo el preludio de un ataque feroz, quizás mortal.
Inconsciente!
Espero.
Como una fiera al acecho.
Te sigo con la mirada.
En silencio.
Y espero.
Vos seguís sin verme, bailando, siempre bailando.
Disfrutando de tu triunfo.
Felicitándote.
Pensando en que ganaste la guerra.
¿No ves que esto es sólo una batalla?
¿Que, cuando es mi vida lo que está en juego, no voy a medir las consecuencias?
¡No importan ya las consecuencias!
No tomo prisioneros.
No habrá heridos.
O tal vez, sí.
Heridos de muerte.
Víctima y victimario.
Pero, ¿quién es quién?
¿Quién jugará uno u otro rol?
Me obligas. Las reglas las impusiste vos.
Y yo acepté jugar.
¿Acepté jugar?
¿O será que caí, inadvertidamente, en un tablero en donde las reglas ya estaban impuestas y no quedaba alternativa más que jugar?
Arrugas mi voluntad, la haces un bollito y la tiras al cesto de la basura.
Me agotas, más aún que mis 10 horas de trabajo.
Me corroes el alma.
Oxidas mi ánimo.
Comprimís y exprimís mi corazón.
Ya no queda mucho más por extraer.
Transformaste mi amor en furia.
En el más absoluto de los desprecios.
En asco.
La ley de la selva.
La supervivencia del más apto.
Tomé la decisión que nunca esperaste que tomara.
Asumí la actitud que nunca pensaste que asumiría.
Me elijo a mí…
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